sábado, 13 de diciembre de 2008

[Relatos] Un adiós con vuelta atrás

Todas las despedidas son amargas, pero algunas lo son más que otras. La de aquella tarde había sido especialmente dolorosa. Sus últimas palabras, cuidadosamente elegidas para la ocasión, conformaban un adiós sencillo, sincero y directo. Sin dar lugar a segundas interpretaciones ni dejar lugar a la duda. “Lo que se acabó, acabado está”, era la conclusión. Pero, aunque fue tan tajante respecto a la posibilidad de un “después”, sigo convencido de que cometí un error al no seguir insistiendo, aceptar el fin y dejarla. La profunda depresión que me consumió los siguientes días es prueba de ello.

Fueron exactamente seis las noches cuyos sueños estuvieron ocupados por su imagen. Ella aparecía caminando hacia mí con su cabellera rubia agitándose al ritmo de sus pasos. Una intensa luz blanca, del estilo de la que imaginamos que podremos ver cuando la muerte nos llame, manaba de algún lugar a sus espaldas. Me acercaba uno o dos pasos hacia ella, hasta que algo me impedía moverme. Ella ponía un gesto de sorpresa al ver que me paraba, y su paso vacilaba, pero sin mediar más de un segundo, sonreía y reanudaba la marcha. Yo también sonreía y esperaba su llegada. Notaba cómo su aroma iba intensificándose en el ambiente…

Siempre me despertaba antes de que me alcanzara. Volvía a la realidad, pero su olor seguía presente. Sabía que no iba a conseguir nada entristeciéndome y llorando su marcha, pero no podía evitar comenzar cada mañana con lágrimas nublando mi vista. Si tienes un problema, y crees que existe una solución, intentas resolverlo. Cuando no tienes esperanza de encontrar la solución, pero el problema sigue machacándote, te hundes, porque no puedes marcarte un objetivo y pensar que todo se va a solucionar. Yo estaba hundido porque no existía ninguna solución, sólo dejar correr los días. Aunque sabía que era cierto, el dicho de que “el tiempo cura las heridas” me sonaba a chiste de mal gusto.

Se me ha olvidado comentar cómo la conocí: fue a través de un libro que había sacado de la biblioteca y comencé a leer cuando el plazo de devolverlo ya había pasado. Lo devolví con seis días de retraso. Pensando en el ello, hoy me he repetido el dicho a mí mismo: “el tiempo cura las heridas”. Es cierto, seis días después ha caducado la penalización por devolver tarde el libro, y he vuelto a sacarlo de la biblioteca. Lo tengo entre mis manos. Puedo hojearlo… puedo embriagarme con su aroma de nuevo.

Por esta vez lo he solucionado, pero no quiero caer más veces en la misma trampa. Prometo no volver a enamorarme de un personaje de ficción.


Publicado también en Sopa de Relatos.

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