jueves, 11 de diciembre de 2008

[Relatos] La desgraciada rutina de Doña I.

Un sonido metálico. Molesto. Sueño. De nuevo ese sonido. Luz… una luz cegadora. Esa sensación en el estómago… ¡Horror! ¡Caída! Abrió los ojos. Estaba cayendo hacia un pozo de luz blanca, aunque no sabría decir si se precipitaba rápidamente o con parsimoniosa lentitud. Maldita sea, ya lo habían vuelto a hacer.

No se puso nerviosa, conocía la rutina. Tensó su cuerpo y bateó las alas, dejando de perder altura y estabilizando su cuerpo en el aire a la vez que se despejaba un poco. Observó su entorno. La imagen de un perro con la correa colgando de una pata flotaba en el aire, como un holograma. No le gustó, así que decidió atravesarla y avanzar algo más. Naves espaciales de aspecto futurista iban y venían de un planeta que aparentaba tener toda su superficie urbanizada. Tampoco merecía la pena. Giró a la izquierda y pudo ver un castillo medieval a lo lejos, rodeado por la clásica zanja. Según se iba aproximando, empezó a distinguir unas figuras sobre el puente que cruzaba la zanja y que iba a parar al portón. Un grupo de diez de ellas, cinco a cada lado, portaba un ariete. Una escena de guerra… aburrido. Giró a la derecha.

Si hubiera dormido en una cama, podría decir que se había levantado con la pata izquierda, porque no encontraba nada interesante. Y además seguía teniendo sueño. Si al menos divisara un café… pero nada, no tenía suerte. Lo que sí divisaba era un tronco humano al que le habían cortado las extremidades. Alrededor orbitaba su cabeza. ¿Pero qué tenía este hombre en la cabeza?

Siguió avanzando, hasta que un brillo atrajo su atención. Parecía un reflejo. Se acercó y descubrió que la fuente era un espejo. Curioso, nunca antes se había encontrado con uno. Lo miró. Pocas veces había visto tanta fealdad dentro de un marco tan bonito. Fin de la búsqueda, con eso bastaba. Además así podría echarse a dormir de nuevo. Lo cogió con el pico y dio media vuelta en dirección hacia su jaula. La puertecilla estaba abierta, así que se metió dentro y, sin mucha ceremonia, lo dejó en el suelo y se echó sobre su montón de paja, esperando a que volviera la oscuridad.

Doña Imaginación estaba ya un poco harta de se empeñaran en dejarla volar. Que más que “dejarla volar”, la sacaban a patadas de la jaula. Y a esas horas… Cuando hay pocas ideas, hay pocas ideas. “Si el espejo no le gusta, que se joda”. Y se volvió a dormir.

Publicado también en Sopa de Relatos.

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