martes, 7 de junio de 2011

Escribir

Escribir sobre la marcha. Sin destino prefijado, sin rumbo establecido. Solamente dejándose llevar, dejando que sea el bolígrafo el que escupa los pensamientos sobre papel, el lápiz el que sugiera ideas al cuaderno, la pluma la que rasgue cartas con los sentimientos, o el teclado el que fabrique artificiales copias de ambos en el monitor.

Acariciar el instrumento con los dedos mientras la mente acaricia las ideas, los conceptos o las personas que viven en ella. Escribir sin guión, sin hoja de ruta, sin requisitos, te brinda esa libertad que tanto deseamos simplemente porque carecemos de ella. Que levante la mano el que no haya soñado nunca el no tener obligaciones. Nadie, ¿verdad? Escribes y escribes sin más razón que el decir "lo hago porque puedo hacerlo". No necesitas ni buscas superar rígidos estándares de calidad, no quieres fama, no ansías ese reconocimiento ni halagos que te regalen los oídos durante cinco minutos y que luego te creen síndrome de abstinencia. Lo único que deseas es abrir la puerta de la jaula que encierra tu mente, y dejarla volar libre mientras tus manos se encargan de construir el mundo por el que va a viajar, al menos hasta que te toque echarle la red y conducirla de nuevo a la mazmorra para continuar con tus deberes para con la sociedad.

Algunos desfogan su estrés saliendo a correr, los hay que practican pugilismo y liberan tensión imaginando la mente de su enemigo en el saco de boxeo, otros hacen lo mismo pero sustituyendo sacos de boxeo por personas de carne y hueso. También existen los que combaten el estrés con el tabaco, alcohol y toda una plétora de sustancias psicoactivas. Los más afortunados, matan dos pájaros de un tiro liberando a la vez su tensión mental y su tensión sexual. También hay quien combina estas actividades, o se dedica a otras no menos válidas. Luego están los que leen, los que ven películas o los que devoran sus series favoritas.

Por último, existe un pequeño grupo de locos. Lo componen los que cogen su instrumento y escriben, pero no pensando en la cartera, ni dejando hablar únicamente al corazón, ni lo hacen para alimentar su vanidad. Son los que dejan la parte consciente de la mente en reposo y en letargo, arrojan un puñado de letras a la masa enfurecida de sus ilusiones, recuerdos, miedos, fobias, expectativas, enamoramientos y sentimientos en general; los dejan a sus anchas y observan curiosos el resultado de la batalla. A veces surge un poema, otras un mal intento de broma, la mayor parte de las veces, un revuelto, una sopa de ideas, aunque de vez en cuando, de entre las letras surge un bonito relato. Este tipo de locos tienden a ser incoherentes, incomprensibles, cualquiera diría que revolucionarios sin causa, y, como un reflejo más de su vida, también inconstantes en estas masturbaciones literarias.

Pero hay algo seguro: como cualquier adicto, aquel que perteneció a ese grupo, nunca se fue del todo. Todo aquel que desapareció, tarde o temprano volverá a su droga. Porque es lo único que le permite ser libre.


[Relato también publicado en Sopa de Relatos]