domingo, 28 de diciembre de 2008

[Relatos] Feliz Navidad

Manolo estaba muerto; eso para empezar. No cabe la menor duda al respecto. El vecino del cartón de al lado, el mimo que solía actuar por esa zona, un crío que vivía en un barrio chabolista cercano y las omnipresentes ratas que habitaban el callejón habían estado presentes en el sencillo homenaje en su honor. También Escrivá había estado presente.

Conviene recalcar que Manolo estaba muerto, porque sin saber esto, los hechos que acontecieron a Escrivá siete años, once meses, quince días, dieciocho horas, cinco minutos y un segundo después de su estiramiento de pata no habrían sido nada impresionantes. Justo al contrario que El Sexto Sentido, que no sería interesante si de antemano supiéramos que… Bueno, el caso es que Manolo llevaba muerto casi ocho años. Y a Escrivá se le apareció, no físicamente, pero tampoco en sueños, una nochebuena de 2008. Quizá era porque en el infierno había toneladas de alcohol, o quizá porque simplemente era una imagen de Manolo en vida, pero el fantasma del susodicho iba más borracho que una cuba.

[...]

El resto de este relato está publicado en Sopa de Relatos:
Primera parte: Actos I y II
Segunda parte: Acto III
Tercera parte: Acto IV
Cuarta parte: Acto V

Mi versión particular del clásico de Dickens :-P

sábado, 27 de diciembre de 2008

[Relatos] Encuesta voluntaria

– Le recordamos que todas las respuestas son voluntarias y serán almacenadas de forma anónima y sin ninguna relación con su persona física. Bien, empecemos la pequeña encuesta. ¿Edad, caballero?
– 35 años.
– Sexo… masculino. Perfecto. ¿Empleo?
– Dependiente de una tienda de animales.
– ¿De qué cadena?
– Huellas.
– ¿Desde hace cuánto tiempo?
– Diez años.
– ¿Anteriores trabajos?
– Pescadero, cartero. También trabajé como dependiente en un Telepizza.
– Muy bien. ¿Estudios?
– COU.
– ¿Algún otro título?
– No.
– ¿Estado civil?
– Casado.
– ¿Hijos?
– Sí.
– ¿Cuántos?
– Uno.
– ¿Edad?
– Nueve años.
– ¿Sexo?
– Masculino.
– ¿Va bien en los estudios?
– Sí.
– Bien, volvamos a su matrimonio. ¿El hijo es de su actual esposa?
– Sí.
– ¿Cuánto llevan casados?
– Siete años.
– ¿Edad de su pareja?
– 34 años.
– ¿Había tenido algún matrimonio anterior?
– No.
– ¿Es feliz con su mujer?
– Sí, mucho… oiga…
– No se preocupe. Le recordamos que puede elegir a qué preguntas no responde. Pasemos a otro tema.
– De acuerdo.
– ¿Es vegetariano?
– No.
– ¿Le gusta practicar deporte?
– Sí.
– ¿Qué deporte?
– Tenis de mesa.
– ¿Ha estado alguna vez federado?
– No.
– ¿Qué otros deportes practica?
– Sólo tenis de mesa.
– ¿Sigue las competiciones de ese deporte por los medios?
– No.
– ¿Y de algún otro deporte?
– Fútbol.
– En una escala del uno al cinco, ¿dónde situaría su afición por dicho deporte?
– En el tres. Sí, el tres, probablemente.
– ¿Le gusta el cine?
– Sí.
– ¿En casa o en una sala cinematográfica?
– En una sala.
– ¿Con qué frecuencia va?
– Digamos que una vez al mes, aproximadamente.
– Bien. Cambiemos de tema. ¿Es usted seguidor de alguna religión?
– No.
– ¿Alguna vez lo ha sido?
– No.
– ¿Cree en Dios?
– No.
– ¿Qué opinión le merece el aborto?
– Oiga, no le veo el sentido a la pregunta…
– Disculpe. Pasemos a la siguiente. ¿Celebra la Navidad?
– ¿A qué se refiere?
– Por favor, limítese a contestar a la pregunta. Si no sabe qué responder, podemos pasar a la siguiente.
– Sí, celebro la Navidad.
– ¿Tiene permiso de conducción?
– Sí.
– ¿Tiene coche?
– Sí.
– ¿Marca y modelo?
– Renault Clio Campus.
– ¿Alguna vez le han multado?
– Sí, una vez.
– ¿Causa?
– Exceso de velocidad.
– ¿Qué opinión le merece el carné por puntos?
– Creo que podría… un momento… oiga, no sé a cuento de qué viene esta pregunta.
– Pasemos a otro tema. ¿Milita usted en algún partido político?
– No.
– ¿Algún sindicato?
– No.
– ¿Alguna vez lo hizo?
– No.
– ¿A quién votó en las últimas elecciones?
– No contestaré a esa pregunta.
– No importa, podemos obviarla. Tratemos otros asuntos. ¿Su actual esposa fue su primera pareja?
– No.
– ¿Tuvo muchas parejas anteriormente a ella?
– Depende de qué considere por “muchas”.
– Consideraré la pregunta como no contestada. ¿Alguna vez le ha puesto los cuernos su mujer?
– ¡Oiga!
– Bien, bien, no se preocupe, nos saltamos esa y ya está.
– No me parece ético que hagan este tipo de preguntas, además, no veo el sentido que puede tener para…
– No se preocupe, caballero, ya hemos terminado. Ahora sólo necesitamos que nos facilite un número de contacto y la dirección de su casa para que podamos enviarle los libros que ha adquirido. Tal y como establece la promoción, le aplicaremos inmediatamente el descuento de 1€. Gracias por su atención.
– Gracias a usted. Adiós.
– Adiós.


Relato publicado también en Sopa de Relatos.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Madrid: en estas fiestas, usa el transporte público

Y recuerda, estas Navidades, muévete en transporte público


A nuestros queridos gobernantes se les habrá olvidado decir que, cuando más necesitaríamos el transporte público para evitar atascos y accidentes, en los momentos clave: en Navidad, en Nochebuena tras una copiosa cena con alguna que otra copita... reducen el servicio, incluso cerrando el metro a las 10 de la noche. Qué despiste.

Eso sí, las campañas en los carteles luminosos de las autopistas quedan de puta madre.

jueves, 18 de diciembre de 2008

[Relatos] Escena del quirófano

INTERIOR. HOSPITAL DESCONOCIDO - QUIRÓFANO

Toda la escena se ve a través de los ojos del DOCTOR. La iluminación procede de los potentes focos situados encima de la mesa de operaciones. Sobre ella se ve el cuerpo de un hombre. Los brazos descansan perpendicularmente al tronco, sobre sendos soportes laterales. Está intubado, con los ojos cerrados y una expresión relajada en la cara. Una sábana blanca tapa las piernas. El vientre está depilado. No hay nadie más a la vista.


DOCTOR
Muy bien. Por lo que veo ya lo habéis dormido… Vamos a ir abriendo al pollo este. Bisturí, por favor.


El doctor toma en su mano derecha el instrumento y comienza a practicar la incisión. Se oye un sonido similar al de cortar un tomate. No mana sangre. La imagen tiembla ligeramente.


DOCTOR
(en voz baja)
¿Pero qué demonios…?


Continúa la incisión y sigue sin manar sangre. Suelta el bisturí, que cae hacia el lado derecho de la mesa. La visión se desplaza hacia allí, se ve cómo el doctor alarga la mano intentando que no caiga al suelo, rozando el brazo del PACIENTE en el intento. El brazo de éste se desliza del soporte y queda colgando flácidamente, como si ningún hueso le diera forma.


DOCTOR
(con voz entrecortada)
Oh dios mío…


El doctor se da la vuelta. Una ENFERMERA delgada y de de pelo largo y rubio aparece en escena. No lleva ningún protector cubriendo su cabello. Camina hacia la puerta del quirófano, está a punto de abrirla para salir.


DOCTOR
(alzando la voz)
¡Enfermera! ¡ENFERMERA!


La enfermera se da la vuelta. Se acerca. La sombra de la figura del doctor llega hasta su boca.


DOCTOR
(con un tono de voz algo más bajo)
¿Qué es esto? ¡El paciente no se corresponde con la historia que me ha pasado!


La enfermera mira directamente a cámara. La imagen se acerca suavemente. La enfermera esboza una sonrisa torcida en la cara. No dice nada.


DOCTOR
(volviendo a alzar la voz, visiblemente nervioso)
¿Qué? ¿Qué te pasa?


La imagen se emborrona y balancea suavemente durante unos segundos, como si el doctor se estuviera mareando.


DOCTOR
¿Te ha comido la lengua el gato?


La sombra que llegaba la boca de la enfermera empieza a subir. La sonrisa de ésta se ensancha. La sombra crece aún más, superando la cabeza de la enfermera y proyectándose sobre la pared del fondo, tapando completamente la del doctor. La imagen comienza a temblar con furia mientras el doctor se gira lentamente hacia su izquierda para mirar a sus espaldas.


DOCTOR
(con un susurro casi inaudible)
Oh… no no no no…


Antes de que haya conseguido girarse, se oye un potente chasquido y el doctor se ve impulsado hacia delante. La imagen, la pared que puede ver el doctor, se tiñe inmediatamente de rojo.


ENFERMERA
(con voz melodiosa)
Doctor…


Un desagradable pitido comienza a ganar intensidad. El sonido se vuelve metálico, como enlatado. El doctor comienza a caer al suelo mientras la imagen se va oscureciendo y emborronando rápidamente.


FUNDIDO EN NEGRO.


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sábado, 13 de diciembre de 2008

[Relatos] Un adiós con vuelta atrás

Todas las despedidas son amargas, pero algunas lo son más que otras. La de aquella tarde había sido especialmente dolorosa. Sus últimas palabras, cuidadosamente elegidas para la ocasión, conformaban un adiós sencillo, sincero y directo. Sin dar lugar a segundas interpretaciones ni dejar lugar a la duda. “Lo que se acabó, acabado está”, era la conclusión. Pero, aunque fue tan tajante respecto a la posibilidad de un “después”, sigo convencido de que cometí un error al no seguir insistiendo, aceptar el fin y dejarla. La profunda depresión que me consumió los siguientes días es prueba de ello.

Fueron exactamente seis las noches cuyos sueños estuvieron ocupados por su imagen. Ella aparecía caminando hacia mí con su cabellera rubia agitándose al ritmo de sus pasos. Una intensa luz blanca, del estilo de la que imaginamos que podremos ver cuando la muerte nos llame, manaba de algún lugar a sus espaldas. Me acercaba uno o dos pasos hacia ella, hasta que algo me impedía moverme. Ella ponía un gesto de sorpresa al ver que me paraba, y su paso vacilaba, pero sin mediar más de un segundo, sonreía y reanudaba la marcha. Yo también sonreía y esperaba su llegada. Notaba cómo su aroma iba intensificándose en el ambiente…

Siempre me despertaba antes de que me alcanzara. Volvía a la realidad, pero su olor seguía presente. Sabía que no iba a conseguir nada entristeciéndome y llorando su marcha, pero no podía evitar comenzar cada mañana con lágrimas nublando mi vista. Si tienes un problema, y crees que existe una solución, intentas resolverlo. Cuando no tienes esperanza de encontrar la solución, pero el problema sigue machacándote, te hundes, porque no puedes marcarte un objetivo y pensar que todo se va a solucionar. Yo estaba hundido porque no existía ninguna solución, sólo dejar correr los días. Aunque sabía que era cierto, el dicho de que “el tiempo cura las heridas” me sonaba a chiste de mal gusto.

Se me ha olvidado comentar cómo la conocí: fue a través de un libro que había sacado de la biblioteca y comencé a leer cuando el plazo de devolverlo ya había pasado. Lo devolví con seis días de retraso. Pensando en el ello, hoy me he repetido el dicho a mí mismo: “el tiempo cura las heridas”. Es cierto, seis días después ha caducado la penalización por devolver tarde el libro, y he vuelto a sacarlo de la biblioteca. Lo tengo entre mis manos. Puedo hojearlo… puedo embriagarme con su aroma de nuevo.

Por esta vez lo he solucionado, pero no quiero caer más veces en la misma trampa. Prometo no volver a enamorarme de un personaje de ficción.


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jueves, 11 de diciembre de 2008

[Relatos] La desgraciada rutina de Doña I.

Un sonido metálico. Molesto. Sueño. De nuevo ese sonido. Luz… una luz cegadora. Esa sensación en el estómago… ¡Horror! ¡Caída! Abrió los ojos. Estaba cayendo hacia un pozo de luz blanca, aunque no sabría decir si se precipitaba rápidamente o con parsimoniosa lentitud. Maldita sea, ya lo habían vuelto a hacer.

No se puso nerviosa, conocía la rutina. Tensó su cuerpo y bateó las alas, dejando de perder altura y estabilizando su cuerpo en el aire a la vez que se despejaba un poco. Observó su entorno. La imagen de un perro con la correa colgando de una pata flotaba en el aire, como un holograma. No le gustó, así que decidió atravesarla y avanzar algo más. Naves espaciales de aspecto futurista iban y venían de un planeta que aparentaba tener toda su superficie urbanizada. Tampoco merecía la pena. Giró a la izquierda y pudo ver un castillo medieval a lo lejos, rodeado por la clásica zanja. Según se iba aproximando, empezó a distinguir unas figuras sobre el puente que cruzaba la zanja y que iba a parar al portón. Un grupo de diez de ellas, cinco a cada lado, portaba un ariete. Una escena de guerra… aburrido. Giró a la derecha.

Si hubiera dormido en una cama, podría decir que se había levantado con la pata izquierda, porque no encontraba nada interesante. Y además seguía teniendo sueño. Si al menos divisara un café… pero nada, no tenía suerte. Lo que sí divisaba era un tronco humano al que le habían cortado las extremidades. Alrededor orbitaba su cabeza. ¿Pero qué tenía este hombre en la cabeza?

Siguió avanzando, hasta que un brillo atrajo su atención. Parecía un reflejo. Se acercó y descubrió que la fuente era un espejo. Curioso, nunca antes se había encontrado con uno. Lo miró. Pocas veces había visto tanta fealdad dentro de un marco tan bonito. Fin de la búsqueda, con eso bastaba. Además así podría echarse a dormir de nuevo. Lo cogió con el pico y dio media vuelta en dirección hacia su jaula. La puertecilla estaba abierta, así que se metió dentro y, sin mucha ceremonia, lo dejó en el suelo y se echó sobre su montón de paja, esperando a que volviera la oscuridad.

Doña Imaginación estaba ya un poco harta de se empeñaran en dejarla volar. Que más que “dejarla volar”, la sacaban a patadas de la jaula. Y a esas horas… Cuando hay pocas ideas, hay pocas ideas. “Si el espejo no le gusta, que se joda”. Y se volvió a dormir.

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martes, 9 de diciembre de 2008

[Relatos] Destructividad

Se dio cuenta tarde de la locura en que había convertido su vida. No se puede decir que fuera enteramente culpa suya, pues fue él quien alimentó la bestia, pero no quien la parió. Siempre le había gustado escribir. En el colegio, la clase de Lengua era su preferida, no por los análisis sintácticos ni el estudio de la ortografía que, sin embargo, dominaba bien; sino por las redacciones que sus compañeros tomaban como desagradables y pesados deberes para casa, pero que para él significaban entretenimiento y oportunidad dejar volar su imaginación. En el instituto participó en concursos de literatura, con pasión, aunque sin demasiado éxito. Pero no se desanimaba, porque mientras le gustara lo que hacía, lo que opinaran los demás era secundario. Pasó la época de las redacciones y llegó la universidad, y siguió escribiendo. Publicaba con frecuencia relatos cortos en diversos sitios de internet, con similar éxito al obtenido en el instituto. Cuando, recién estrenados los veinte años, murieron sus padres en uno de tantos accidentes de tráfico, poco podía imaginar hasta dónde llegarían las consecuencias. Lo peor no fue la profunda depresión creada por la terrible pérdida, sino el método que eligió para superarla, que, por otra parte, fue una elección de lo más lógico.

Eligió escribir sobre ello. Sentía que la rabia y el pesar que oprimían su pecho a la vez liberaban su mente y guiaban su mano, mostrándole los caminos de la inspiración literaria. Produjo páginas y páginas, que jamás enseñaría a nadie. Efectivamente le sirvió para superar el bache, pero también le sirvió para descubrir que la calidad de sus obras se multiplicaba cuando su estado de ánimo era oscuro, así que tomó por costumbre coger su portátil y abrir el procesador de textos en cada bajón emocional. Fue publicando los productos que iba obteniendo de ello. Al principio se asombró del éxito que cosechaban muchos de ellos. Luego fue acostumbrándose. Y él, que siempre se había enorgullecido internamente de escribir por vocación y no hacer caso a las críticas, no tardó mucho en convertirse en adicto.

Terminó la carrera. Seguía publicando en internet, enseñando sus escritos a sus amigos y compañeros de trabajo y enviando de vez en cuando alguno de ellos a diversas revistas literarias. Pero en estas últimas no era capaz de igualar el éxito obtenido por los otros medios. La ambición y la codicia fueron creciendo en él, y la ansiedad aumentó al ver que no era capaz de dar el salto. Esto no le desanimó, sino que le hizo recordar quiénes eran sus musas: el dolor, la depresión y la rabia. Si quería conservar su estilo y mantener su creatividad, no debía descuidarlas. Empezó con pequeños experimentos. Se producía pequeñas lesiones y se obligaba a aguantar el dolor. La ira y la frustración que le producía aquello eran la gasolina para su motor literario. Leves cojeras y alguna que otra cicatriz eran el módico precio a pagar, pero como todo combustible, se acabó agotando. Probó a aumentar la intensidad de su suplicio, pero se había acostumbrado a ello y ya no le era productivo. Necesitaba buscar nuevas formas de sufrir, era el siguiente paso. Lógica aplastante. Cambió su forma de comportarse en casa, con su novia. Comenzaron a discutir con mayor asiduidad. Él aprovechaba los momentos álgidos tras cada discusión para escribir. Funcionaba. Hasta que su pareja descubrió que cada pelea era una bendición para él. No tardó en dejarle. Y fue otra bendición. En esos días fabricó su mejor libro. Lo envió a una editorial de medio pelo que se atrevió a publicarlo, con la contraportada ocupada por una elogiosa crítica que destacaba la ira y la fuerza que desprendían todas y cada una de sus palabras.

Si la muerte de sus padres había sido el final de la primera etapa de su vida, la publicación del libro sería el inicio de la última. Sediento de éxito, fue llevando aún más lejos sus prácticas masoquistas, abandonando su trabajo y destrozando la prácticamente todas sus relaciones personales. Los que le conocían estaban seguros de que el éxito se le había subido a la cabeza convirtiéndole en otro excéntrico famoso más. Saberlo le enfurecía, alimentando más su ego y la perfección de sus historias. Su caída se acercaba cada vez más. La encontró en forma de mujer. Empleada de la editorial que le había llevado a la fama y antigua admiradora de las historias que publicaba en el mundo virtual, cayó enamorada de él. Un amor irracional que él no supo asumir. No podía albergar ningún sentimiento negativo hacia ella. Incapaz de odiar, perdió la capacidad creativa, su estilo se volvió plano y aburrido, las tramas de sus historias, absurdas. Se había enamorado. Tardó poco en quedarse sin ingresos, el banco embargó su casa y sus bienes, incluso su preciado ordenador. Ella le abandonó a su suerte, y se encontró solo, tan solo como siempre había deseado estar. Lleno de furia y de frustración, de odio, de aversión y de asco hacia el mundo y hacia sí mismo. Había encontrado la inspiración perfecta, pero era lo único que le quedaba, pues por tener no tenía ni otra muda de ropa. Fue entonces cuando se dio cuenta de que aquel no era el camino correcto, que hacía mucho tiempo que estaba sumido en una caída libre. Lo peor de todo es que ya no tenía papel, no tenía voz para expresarlo. Sólo le quedaban sus actos. Si no podía escribir él mismo, que fuera otro el que relatara su vida. Para llevar a cabo su último acto se despojó de todo el asco, la aversión, el odio, la frustración y la furia. En calma con el mundo y consigo mismo, escaló la valla que separaba las vías del tren del barrio en el que había dormido las últimas noches. Esperó a oír el sonido del tren. Cerró los ojos y saltó. Su vida había terminado.


Publicado también en Sopa de Relatos.